Mi padre era un consumado hípico, especialmente cuando
estaba soltero, iba a ver las carreras de “pingos” Al Sporting-club en Viña del
Mar, donde encontramos unas tarjetas en nuestra casa, muy cariñosas, que le
mandaba mi madre y que le reprochaba ese vicio y después de estar casados
prosiguió esa misma crítica a la pésima
conducta que observaba mi progenitor, al
ser un empedernido carrerista, pero de repente, dejó ese vicio y al contrario ,
mi madre pasó a aficionarse a él, pasando a ser, una contumaz viciosa de “
las patas de los caballos”.
Mi mamacita le encargaba
a un obrero de la fábrica que dirigía mi papá que le hiciera “cartillas” y solía a veces acertar, hasta que un día en que ganó una suculenta
cantidad de dinero, del obrero no se supo jamás, dejando de ir al trabajo y no
encontrándose en su domicilio ; se hizo humo..
Mi hermano mayor: Raúl contrajo la misma mala costumbre
de apostar a las carreras, estudiaba Odontología y al poco tiempo ejercía clandestinamente esa profesión la que le
procuraba buenas ganancias, pero descuidaba su presentación y solía andar con
pantalones parchados, derivados de la
afición a las carreras en donde dejaba todo el dinero que se procuraba en su
diario trabajo, solamente le servía para comprar paltas o calugas a un viejo
que seguramente las robaba a una fábrica, donde trabajaba, éste daba saltos y
salían de su cuerpo a la vereda esos deliciosos dulces lo que hizo que no se le comprara más.
Sólo recuerdo que después de diez años de estar egresado
de sus estudios de dentista y de haber
sido sorprendido del clandestino ejercicio de la profesión como estudiante
egresado , el inspector, municipal le
otorgó sólo cuatro meses, para que se recibiera y obtuviera su título
profesional, lo cual le valió que lo realizara de una vez por todas y de esa
manera trasladarse a Peumo.
En este lugar trabajó manteniendo su afición por las
apuestas donde sólo una vez tuvo el gran
acierto de ganar un “cartilla”, la que le dio una gruesa cantidad de dinero como
poder modernizar su clínica dental, quedándole una buena parte del premio para
ocuparlo a su capricho.
En cuanto a mi hermano Eduardo, que tenía dos años más
que yo y era un comerciantes en ciernes, se le ocurrió transformar la hípica ,
en un negocio y aprovechando que en ese
tiempo del auge de la radio había una emisora que trasmitía las carreras de los
clubes: "Hipódromo Chile” y “Club Hípico” de Santiago se incorporó al grupo
de “los polleros” quienes en una esquina de las calles Lastra con López donde
colocaban altoparlante escuchaban las carreras de caballos y vendían mediante un comprobante los caballos
pedidos, a numerosos vecinos que se agrupaban
en ese sitio a apostar, como esta era una actividad ilegal y penadas por
las leyes muchos “polleros” debían correr perseguidos por la policía, debiendo
que pagar en sus domicilio a los ganadores.
En la época escolar, cuando mi hermano Eduardo estaba en
el “Instituto Luis Campillo” íbamos a la casa de un compañero de ese colegio
donde se realizaban carreras de caballitos de plomo y era un pequeño hipódromo
y los corrales donde se guardaban esos
“pinguitos” eran en miniatura y con todas las trampas propias a la hípica, como
hacerles "cuchillas" a las patitas de los caballitos para que corrieran más
apresuradamente y buscar la modalidad para entorpecer su trote, como lo
hicieron con un caballito llamado Dig de mi propiedad y que era un excelente
“pingo” y se puso horrorosamente malo, de la noche a la mañana.
Un frecuente encargo que me hacía mi madre, era ir a
donde “la tía Rica” o “caja de Crédito
Prendario” donde había que tener paciencia para hacer la larga cola
de los que iban a pignorar sus prendas, hubo muchos españoles que tenían
agencias destinadas a lo mismo. Y Todo por el vicio hípico en el caso nuestro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario