SANATORIO DE EL PERAL


Cuando estuvo mi hermana Alicia en el  Sanatorio de “El Peral”  pude observar que la mayoría de las personas enfermas aparentemente en su físico parecían gozar de excelente salud, se veían rozagantes llenas de vida, como para contagiar a los demás, la enorme cantidad de visitantes y eso que era un lugar para los enfermos de pulmonía o tisis como se decía y que era contagiosa por lo que era obligado que tenía que separarse todo el servicio para alimentarse, los platos, platillos, cubiertos y enseres para su limpieza, había que ser extremadamente escrupulosos en la limpieza general, como en ese lugar nos encontrábamos en plena cordillera, el aire era puro y podíamos respirarlo con fruición.


Recuerdo que para llegar  a “El Peral” teníamos que subirnos a un tren de trocha angosta que estaba ubicado en la estación llamada “Pirque” y que se encontraba al comienzo del parque Bustamante cerca de plaza Italia. Santiago, desde este lugar partía a una baja velocidad por lo que el viaje era largo pasando por innumerables estaciones en su mayoría con nombre de frutas


El edificio del Sanatorio estaba entre enormes cerros cordilleranos, era moderno y con un vasto personal paramédico y con gran cantidad de guardias por todos lados, daba la impresión de que muchos enfermos trataban de huir de aquel lugar , cosa que parecía algo común, de hecho en otra época conocí a un detective que se había arrancado de este lugar. Tal vez por eso es que se les ocurrió actualmente transformarlo en un manicomio y por los avances de la ciencia muy pocas personas adquieren la tuberculosis, enfermedad que la tuvieron mis hermanos: Raúl y Alicia, quien también ocupó los servicios del sanatorio de San José de Maipo. 


En cuanto a mi hermano Raúl era odontólogo y debido a ese mal le sobrevino una Hemoptisis con todas sus secuelas: abundante vómito de sangre por la boca y súbitamente pereció.

Volviendo al Sanatorio de “El Peral“ un día que fui a visitar a mi hermana Alicia después de haberme fotografiado con sus compañeras cuando me estaba retirando para regresarme a casa, fui interceptado por uno de los guardias prohibiéndome la salida, claro que mi rostro era de un enfermo, flaco, desgarbado y pálido y a eso se debió la confusión y me costó bastante convencerlo de su equivocación por más que le mostraba todos los documentos que portaba. A pie juntilla decía que yo era uno de los enfermos de ese sanatorio y que me quería escapar de él.


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