Desde las inmediaciones del río Mapocho por la Avenida
Independencia, se extendía una línea de tranvía, un enorme carro movido por
electricidad que se desplazaba por una sola vía metálica por un costado de
esta calle, lo particular de este
sistema público de transporte es que llevaba gratis a los pasajeros, deteniéndose
en el acceso al Hipódromo Chile para proseguir hacia el Norte por esta avenida
hasta llegar a “Lo Negrete”.
En este barrio se encontraba una famosa “quinta de
recreo” llamada “Los Naranjas” a la que periódicamente yo asistía con el
objetivo de practicar el baile, aprovechando
que a este lugar iban numerosas muchachas que se ocupaban como
sirvientes en casas particulares del centro y de sectores acomodados, en sus
días libres asistían a este lugar que se asemejaba al ambiente de los pueblos
de los cuales eran originarias estas señoritas ocupando su tiempo para
recrearse, bailar y beber .
Cuando aumentó el número de ellas que estando paradas
esperaban para bailar, decidí invitar a alguna de ellas, sólo que en esta
ocasión al parecer, sabiendo ellas que yo no le “pegaba” nada a esto, y que en
otras ocasiones junto con bailar les pisaba los pies, que tal vez “agradecieran
los callos”, pero no, las muchachas y seguramente había cundido el “chisme” de
mi inhabilidad para esos “trotes” lo que
se tradujo en el reiterado rechazo de todas ellas a aceptar las siguientes
invitaciones a la pista de baile.
En aquellos
momentos frustrantes, me sacó de apuros la presencia de un antiguo amigo,
Carlos De Rokha, con el cual en varias oportunidades habíamos compartido
conversaciones relativas a arte en general y literatura en particular,
viéndome, solitario y rechazado me convido a una mesa, la que aprovisionaron de jarrones de vino, pasando
a beber copiosos vasos en amena charla en donde para variar nos ocupamos del
mismo tema, cuando estábamos en lo mejor de esa perorata, entre sorbos seguidos
del etílico líquido se produjo alrededor
nuestro una verdadera batalla campal, con parroquianos metidos en una feroz
contienda disputándose el favor de las “minas” a pugilato limpio, mesas, sillas y botellas volaban en todas las
direcciones.
No teniendo
parte en ese asunto y lanzados a un lado cerca de la puerta, esto nos dio la oportunidad para “hacer perro muerto” abandonando ese lugar
sanos y salvos, pero completamente beodos, sobre todo mi amigo que se
emborrachó espantosamente por lo que
tuvimos que caminar muchas cuadras, con paso zigzagueantes y
afirmándonos hasta llegar a la calle
Inglaterra del barrio Independencia.
Llegamos como a las cuatro de la mañana a ese lugar en
medio de una oscuridad completa, a esas
avanzadas horas de la noche ya no circulaba el tranvía, en el transcurso de
esta riesgosa marcha, el estado etílico
y la conducta observada por mi amigo Carlos, quien parangonándonos con los “Malditos” Baudelaire, Edgard Alland Poe
iba declamando a grito pelado el poema “El Cuervo” de este último poeta
Más
peliaguda se puso la cosa ya que mi amigo no le bastó la gritadera, si no que
mientras avanzábamos al costado de las casas procedía a quebrar ventanas de diversas casas con sus propias manos por lo que al poco
andar estaban todas ensangrentadas después de recorrernos desde “Lo Negrete”
toda la calle Independencia a gritos
quebrazones y dificultosas carreras, por
fin llegamos, hasta la calle Inglaterra que es donde vivía Carlos.
Para colmo
de males este no tenía llaves de su casa pero me dijo que en un hoyo cubierto
con agua se encontraban las llaves de emergencia que al parecer la familia
acostumbraba a esconder, debí tener la paciencia de ir uno por uno revisándolos
hasta llegar al verdadero que tenía un mazo de llaves, siendo una de ellas la
que correspondía a la puerta de calle de
la casa donde vivían: Pablo De Rokha, su esposa la poetisa Winétt de Rokha,
sus hijos : Carlos Lukó, Juana Inés, José, Pablo, Luisa y Flor.
Dejando a mi
amigo en buen recaudo me tuve que desplazar hasta mi casa en Escanilla lo que
realicé sin el alboroto anterior, llegando sin tropiezos y un poco más
despejado a mí casa.
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