EL CHANCHO Y LAS CABRAS


Cuando  estaba en una zona del pueblo de Puchuncaví , llamado “ La Laguna”, que de acuerdo a su denominación, tenía un extenso lago con una abundante cantidad de peces llamados: “carpas”, los que al ser pescados, constituían  nuestra principal alimentación diaria en ese lugar campestre y de mar, porque cerca se encontraba la playa de “Maitencillo” era un aire puro entremezclado con la brisa marina y la del campo.

Allí se encontraba una variada generación de familiares de apellido Gaete los había de todas las condiciones económicas, mi amigo Alvaro, que era compañero del liceo nocturno Domingo Faustino Sarmiento, me invitó a veranear a esos terrenos de rulo, donde se daban productos como los porotos y otros. 

Especial recuerdo tengo de un poderoso cerdo, muy bien alimentado, que con sus firmes patas y estando sobre él me permitió montarlo con cierta facilidad, esta habilidad de jinete, no así la tenía para otros menesteres, a pesar del interés de mis amigos, los que eran asiduos visitantes de un prostíbulo rural, ellos querían a toda costa que me  iniciara sexualmente y que lo hiciera con unas prostitutas, que las llamaban “las cacas” , que seguramente despedían esa asquerosa fetidez , más por miedo que por asco esto no lo lograron . 

Del pobre chancho, ¡mejor no hablar!, por su volumen, pronto le echaron el ojo,  y fue beneficiado y transformado en diversos productos, los hermanos Gaete y otros Gaete de esa comunidad, asumieron esa  penosa labor transformándose en el matadero familiar, por lo que apenados por el chancho le rendimos su respectivo homenaje a una carne que resultó particularmente  sabrosa a nuestro paladar .

En una oportunidad que desperté sumamente temprano, hice la larga travesía a pié, hasta llegar a las playas de Maitencillo, allí, a pesar de ser demasiado temprano y habiendo un clima frío aproveché de bañarme  en ese  espléndido y gélido mar , luego decidí regresar, en la improvisada habitación, cuando quise acostarme me sorprendió encontrarme con dos pequeñas cabras, que reposaban tranquilamente en el lecho, que ocupaba para dormir, después de sacarlas a ellas, debí sacudir las sábanas para botar las  cacarrutitas  que habían  dejado en abundancia.



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