Antes de
conocer el Norte de Chile, especialmente ciertas regiones cuando veía en alguna
exposición de pinturas, acuarelas muy bien dibujadas y limpias, escenas
nortinas, en que figuraban aquellos simpáticos burritos con su infaltable
cachorrillo de mirada brillante e inteligente, me sonreía para mis adentros, no
concebía así el norte, asoladas y desérticas tierras , ¡cuán equivocado estaba¡, eso es justamente y en particular lo que me encontré al llegar a Coquimbo.
Tierra de
montañas, de sol, de arena y de las más aromáticas y sabrosas frutas del país y
como ya he insinuado: tierra de burritos, a estos nobles brutos se les ocupa
para toda clase de tara, cargando a cada lado largos pescados de extraños
reflejos o canastos llenos de legumbres y frutas o ases de leña. Con sus caras
de gatos regalones, agachando a veces sus largas y peludas orejas, porta :
muebles, cosas, camas y petacas, al misifús relamido, a la lora parlachina o
al quiltro querido.
En las
playas de Guayacán, tierras de tesoros y leyendas se ven las tiernas caravanas
de burritos cargados y guiados desde sus lomos por mujeres y hombres o
“pelusillas” desarrapados en la arena, a la orilla de la resaca marina, van
dejando en fila india, las huellas de cascos marcadas es entonces esta una tierra
de “burritos”, de frutas, de pescados, de chinos, de “machuelos” (pescado
ahumado) y de “ yareta” (reemplaza al carbón en el norte).
Ahora
hablaré sobre el mercado de Coquimbo, cada vez que pueda trataré este capítulo, porque aquellos sitios cotidianos nos muestran la vida doméstica, como se
desenvuelven en ellos el hombre común. El Mercado de Coquimbo, ofrecen a su
clientela variados productos que en su mayoría vienen del “valle de Elqui “:
legumbres y frutas tropicales, el plátano de reducidas dimensiones del norte,
las papayas y ricas chirimoyas, uvas y variedad de mariscos y pescados, los
“machuelos” o pescados ahumados y en todas partes se vende la albacora o pez
espada , congrios, jaibas y camarones de mar, en el interior del mercado hay
varios puestos en que se vende para servirse en el mismo lugar pescado frito,
el que se vende fresquito y sin batido resultando perfectamente cocinado y
sabrosísimo y para mejor sale a un precio muy barato.
“Guayacán” es una extensa playa de forma de una
herradura por lo que se la conoce por ese mismo nombre, el mar es una “ taza de leche” en sus aguas se puede internar varios metros, llegando a las rodillas ellas, y al mismo tiempo siendo una playa desprovista de olas. Eso no quiere decir que no sea el mar sin
peligro y en “Las Alturas de
Coquimbo” se puede comprobar lo dicho,
aunque lo sobrepasa en furia “ El Golfo de Penas “.
La arena es fina y alba y en uno de esos caminos hay una
ruta negra que contrasta con el color de la arena , es un sitio donde hubo una
fundición. Coquimbo es alegre y bullanguero y me correspondió estar en una de
sus fechas más felices; el carnaval, la avenida principal y su plaza, reunían a
la juventud coquimbana en el juego de la “Chaya” también había una feria de diversiones,
la que funcionaba, hasta tarde en la noche.
Además tuvieron
encuentro varios espectáculos fuera de la exposición de “Peñuelas” y los
diarios bailes sociales y populares, en resumidas cuentas una verdadera
invasión de distracciones para el loco Coquimbo, quien tenía mayor razón para: gritar, cantar, comer beber,
reír y conquistar amores, durante largas horas de la noche y hasta el amanecer.
Imagínense a Valparaíso o Tocopilla, con su comercio, sus cerros y su mar, más
pequeño y más parecido a Talcahuano en lo popular, tránsito del hombre del
puerto, de las faenas marítimas, de la estación y de la aduana, el hombre en
camisa, con las mangas arremangadas más allá de
los codos.
Coquimbo sucio, olor a pescado, a sudor, a yodo y sal, deambular de rotosos enjambre de
palomillas, descalzos y tirudos, reunión de putas con tatuajes, hombres con
yokes, huasos a caballo, burros y recorriendo, la calle principal; la
locomotora que jadea sudorosa arrastrando apenas la cadena de carros del "Longino” éste se desliza por una trocha angosta (1 metro), con los carros
atestados de cuanto Dios crió; maletas, bultos, con gente en todos los lados;
como animales, muertos de sueño, piñelientos, mosqueados, empolvados, con el
pelo en desorden, tiesos, ojerosos, con las piernas en todas las posturas
imaginables, unos durmiendo en el suelo, mujeres con guaguas, verdadero criadero de moscas,
chinches, pulgas y piojos, hacinamiento de porquerías en el suelo, restos de
comidas y de botellas.
Que alegría se experimenta después de un largo viaje de
días calurosos y secos, noches frías y camanchacas, arrumbados en medio de una
atmósfera asfixiante, de rostros patibularios, de humo y mugre y monótona sinfonía de: traca traca,
charla, risas, bostezos, y ronquidos cuando ya se puede uno lavar, afeitar,
peinar, sacudir, cambiarse de ropa y `por sobre todo dormir...
Pero a lo dicho vaya esta pregunta ¿quien puede guardar
rencor a los viajes; por molestos que estos sean, cuando se sabe que más allá
hay nuevos panoramas, gentes diversas, emociones, distintas La entrada en
ferrocarril a Coquimbo es por el centro de la calle principal en donde se
tiende la línea férrea, pasando por debajo de los follajes de los árboles de
una de las orillas de la plaza, hasta llegar a la estación, en cuyo trayecto
“los palomillas” hacen lo del mono, colgándose y descolgándose de las manillas
de los carros del tren, es curioso lo que sucede cuando toca el frecuente caso, en que atraviesa la
vía, algún burrito, carretón o auto, puede ser lo que nosotros llamamos “una
cafetera”, es entonces cuando el tren se detiene para darle amablemente la
pasada.
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