COQUIMBO. (NOTAS DE VIAJE ESCRITAS EN PLENO 1944)

Antes de conocer el Norte de Chile, especialmente ciertas regiones cuando veía en alguna exposición de pinturas, acuarelas muy bien dibujadas y limpias, escenas nortinas, en que figuraban aquellos simpáticos burritos con su infaltable cachorrillo de mirada brillante e inteligente, me sonreía para mis adentros, no concebía así el norte, asoladas y desérticas tierras , ¡cuán equivocado estaba¡, eso es justamente y en particular lo que me encontré al llegar a  Coquimbo. 

Tierra de montañas, de sol, de arena y de las más aromáticas y sabrosas frutas del país y como ya he insinuado: tierra de burritos, a estos nobles brutos se les ocupa para toda clase de tara, cargando a cada lado largos pescados de extraños reflejos o canastos llenos de legumbres y frutas o ases de leña. Con sus caras de gatos regalones, agachando a veces sus largas y peludas orejas, porta : muebles, cosas, camas y petacas, al misifús relamido, a la lora parlachina o al quiltro querido.

En las playas de Guayacán, tierras de tesoros y leyendas se ven las tiernas caravanas de burritos cargados y guiados desde sus lomos por mujeres y hombres o “pelusillas” desarrapados en la arena, a la orilla de la resaca marina, van dejando en fila india, las huellas de cascos marcadas es entonces esta una tierra de “burritos”, de frutas, de pescados, de chinos, de “machuelos” (pescado ahumado) y de “ yareta” (reemplaza al carbón en el norte).

Ahora hablaré sobre el mercado de Coquimbo, cada vez que pueda trataré este capítulo, porque aquellos sitios cotidianos nos muestran la vida doméstica, como se desenvuelven en ellos el hombre común. El Mercado de Coquimbo, ofrecen a su clientela variados productos que en su mayoría vienen del “valle de Elqui “: legumbres y frutas tropicales, el plátano de reducidas dimensiones del norte, las papayas y ricas chirimoyas, uvas y variedad de mariscos y pescados, los “machuelos” o pescados ahumados y en todas partes se vende la albacora o pez espada , congrios, jaibas y camarones de mar, en el interior del mercado hay varios puestos en que se vende para servirse en el mismo lugar pescado frito, el que se vende fresquito y sin batido resultando perfectamente cocinado y sabrosísimo y para mejor sale a un precio muy barato.

“Guayacán” es una extensa playa de forma de una herradura por lo que se la conoce por ese mismo nombre, el mar  es una “ taza de leche”  en sus aguas se puede internar varios metros, llegando a las rodillas ellas, y al mismo tiempo siendo una playa desprovista de olas.  Eso no quiere decir que no sea el mar sin peligro y  en “Las Alturas de Coquimbo”  se puede comprobar lo dicho, aunque lo sobrepasa en furia “ El Golfo de Penas “.

La arena es fina y alba y en uno de esos caminos hay una ruta negra que contrasta con el color de la arena , es un sitio donde hubo una fundición. Coquimbo es alegre y bullanguero y me correspondió estar en una de sus fechas más felices; el carnaval, la avenida principal y su plaza, reunían a la juventud coquimbana en el juego de la “Chaya” también había una feria de diversiones, la que funcionaba, hasta tarde en la noche.

Además tuvieron  encuentro varios espectáculos fuera de la exposición de “Peñuelas” y los diarios bailes sociales y populares, en resumidas cuentas una verdadera invasión de distracciones para el loco Coquimbo, quien tenía mayor razón para: gritar, cantar, comer beber, reír y conquistar amores, durante largas horas de la noche y hasta el amanecer. 

Imagínense a Valparaíso o Tocopilla, con su comercio, sus cerros y su mar, más pequeño y más parecido a Talcahuano en lo popular, tránsito del hombre del puerto, de las faenas marítimas, de la estación y de la aduana, el hombre en camisa, con las mangas arremangadas más allá de  los codos.

Coquimbo sucio, olor a pescado, a sudor, a  yodo y sal, deambular de rotosos enjambre de palomillas, descalzos y tirudos, reunión de putas con tatuajes, hombres con yokes, huasos a caballo, burros y recorriendo, la calle principal; la locomotora que jadea sudorosa arrastrando apenas la cadena de carros del "Longino” éste se desliza por una trocha angosta (1 metro), con los carros atestados de cuanto Dios crió; maletas, bultos, con gente en todos los lados; como animales, muertos de sueño, piñelientos, mosqueados, empolvados, con el pelo en desorden, tiesos, ojerosos, con las piernas en todas las posturas imaginables, unos durmiendo en el suelo, mujeres con  guaguas, verdadero criadero de moscas, chinches, pulgas y piojos, hacinamiento de porquerías en el suelo, restos de comidas y de botellas.


Que alegría se experimenta después de un largo viaje de días calurosos y secos, noches frías y camanchacas, arrumbados en medio de una atmósfera asfixiante, de rostros patibularios, de humo y mugre y monótona sinfonía de: traca traca, charla, risas, bostezos, y ronquidos cuando ya se puede uno lavar, afeitar, peinar, sacudir, cambiarse de ropa y `por sobre todo dormir...

Pero a lo dicho vaya esta pregunta ¿quien puede guardar rencor a los viajes; por molestos que estos sean, cuando se sabe que más allá hay nuevos panoramas, gentes diversas, emociones, distintas La entrada en ferrocarril a Coquimbo es por el centro de la calle principal en donde se tiende la línea férrea, pasando por debajo de los follajes de los árboles de una de las orillas de la plaza, hasta llegar a la estación, en cuyo trayecto “los palomillas” hacen lo del mono, colgándose y descolgándose de las manillas de los carros del tren, es curioso lo que sucede cuando  toca el frecuente caso, en que atraviesa la vía, algún burrito, carretón o auto, puede ser lo que nosotros llamamos “una cafetera”, es entonces cuando el tren se detiene para darle amablemente la pasada.

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