INFANCIA Y ADOLESCENCIA



Siendo 1 de Diciembre  de 2.002,  he visitado  al antiguo amigo Gastón Magnere, con el cual he mantenido una amistad de 72 años, tan ansioso estaba por su invitación a almorzar que llegué “puntualmente “  como a las 11 de la mañana y entre recuerdos, comida y tertulia nos dio casi las 20 horas, cuando con gran sorpresa para mí, el pequeño departamento en que estábamos fue invadido por un montón de gente muy alegres, que resultaron ser familiares de los dueños de casa, entre los que se entremezclaron: hijos, nietos y bisnietos.

Según mi amigo hay veces en que se acumulan 28 persona en ese típico departamento de Villa Olímpica, que reúne muchas condiciones de solidez asímica, pero que ante esta avalancha humana resulta demasiado estrecho para contener tantas personas, pero cuando el corazón es ancho como el de mi grandote amigo todo está permitido. 

Retrocediendo el tiempo y ubicados al año 1.930, siendo un infante de ocho años y estando en mi hogar familiar, la casa en que vivíamos  se encontraba en Escanilla 350 entre Lastra y Pinto del barrio Independencia, el lugar carecía de pavimentación, siendo  la acera y la calle, polvo y piedrecilla tipo huevillo, existiendo en el sector, muy pocas casas decentes, construidas con ladrillo de cierta solidez, en su mayoría eran conventillos precarios, que los alumbraban  con velas.

En la esquina de mi calle con la calle Pinto había un “almacén“ atendido por un italiano, Don Valentín Montedónico, el que igual a otros emigrantes de esa nacionalidad, se caracterizaban en instalar  esos “emporios” y siempre escogían las propiedades de las esquinas, dejando la punta ochavada para la entrada al negocio. 

En la equina opuesta, que daba a la calle Lastra habitaba la familia Carrasco, que tenían un depósito de vino con venta  a la calle, pero que funcionaba como clandestino consumiéndose en el interior, aparentemente funcionaba sin problemas, porque recibía a embajadores, parlamentarios y políticos diversos, los que venían a beber la rica chicha y los excelentes vinos, para  después de servírselos y encontrarse más envalentonados, podían pasar a una casa que quedaba al frente de este local en donde podían ir a visitar  a Marina “la cabrona”, que tenía muy bonitas muchachas, bien maquilladas y vestidas graciosamente, con lujo y bien perfumadas para el servicio de los clientes, muchachas sin mucho recato, solían asomarse a la calle luciendo sus atributos desde las amplias ventanales tipo balcón.

 En una de las esquina de la manzana cercana a mi casa, se encontraba un gran arbusto de mora con un robusto y ensortijado tronco, del cual se colgaban y descolgaban los “cabros” del barrio, para alcanzar esos deliciosos frutos, los que comían sin lavar a manos llenas, quedando todas sus caras teñidas de azul morado.

En esa época las calles de nuestro barrio estaban  alumbradas con faroles de luz a gas y las pocas casas “decentes” que habían, se alumbraban  con gas de cañería y cocinas del mismo material.

Recuerdo que en esa etapa de nuestras vidas , tuvo mucha importancia  el “casero”, que pasaba con su burrita, vendiendo su leche, que la ordeñaba en ese mismo momento, con los tiestos que cada cual traía, vendía también, las verduras y las frutas que se usaba para la semana, algunas veces estando “borrachito”, le pedía dinero a mi madre a la que con todo respeto, la llamaba “madama” y luego de eso, se iba a “emparafinar” para quitar la sed .

Otros personajes típicos  eran  un matrimonio: “el viejovio con su viejovia”, borrachos consuetudinarios los dos, la viejecita cantaba y bailaba en la calle y algunas veces se le veía agitando un pañuelo como si fuera cueca, solía ocurrir que se acostaban a dormir en un tonel o barril del negocio de vino, lo que originaba que Rolando Carrasco más conocido por  “Rolo”, como una “gracia”  le vaciara una escupidera con orina, aprovechando que estaban borrachos.

Siguiendo con los ejemplares dignos de mención, estaban “el chancho“ y “el galiquiento”,  pareja de atorrantes que pasaban ebrios, se  dedicaban a piropear  a las jóvenes vistosas del barrio sin mucho resultado , también estaba “el chute”, que se trajeaba ricamente, con polainas en los pies, que aparentaba ser adinerado lo que justificaba su vida ociosa, pero vivía a costa de sus abuelitas, una de las cuales a todas luces se encontraba tísica.

La tuberculosis o tisis como se le conocía era lejos la enfermedad más común en Chile, habiendo muchas Margarita Gautier, Violeta  Valeri  o Mimi, heroínas románticas de la literatura y de la Opera, encontrarse enferma, pálida y demacrada,  pasaban a ser la moda de la época.

También en el barrio se realizaban todos los años fiestas de la Primavera, competición que enfrentaba a las beldades de las familias más pudientes con carros alegóricos, disfraces y fiestas públicas  en las que se bailaba hasta el amanecer en torno a la plaza Matías Ovalle o “Plaza de los moteros”, la que lució muy orgullosa una estatua de un Araucano jugando a la “chueca”, que duró muy poco, porque alguien la robó.

En una oportunidad, la familia  Carrasco, que no se conformaba con tener a su candidata a Reina del Carnaval como perdedora y varios simpatizantes del  “Movimiento Nacional Socialista“ (Partido Nazista), exigió a la candidata triunfante que si no quería ser saboteada,  debían ir al cementerio general a rendir un homenaje  a los caídos en la masacre del  Seguro Obrero, pertenecientes a ese partido político, lo que tuvo que hacer, resolviéndose el conflicto por lo que pudo estar de fiesta el barrio.

Volviendo a mi amigo Gastón, éste se caracterizaba en su orgullo por tener un apellido francés, cada vez que podía, daba a conocer su admiración por ese país, cuando se produjo la última guerra mundial, tenía extendido en la muralla, un enorme plano geográfico, en donde llevaba al día los movimientos de tropas, mediante banderillas de colores, por lo cual estaba al tanto de cualquier información dada por la radio o los periódicos, con un conocimiento mejor que cualquier estratega militar.

Cuando éramos niños este amigo, sufría una aguda miopía que lo obligaba ponerse anteojos, cuyos cristales eran tremendamente gruesos, esta enfermedad venía por familia, ya que en ella, todos eran muy altos de porte y rubios y cuatro ojos, por lo que en el barrio sobresalía fácilmente.

En cuanto a mí, siempre fui extremadamente flaco, más aún, cuando tuve la bronconeumonía y en término medio fui muy enfermizo, lo que provocó que tuviera una vida escolar bastante accidentada, recuerdo que normalmente me vestía con un uniforme de marinero de pantalón corto, con un pito para soplar en el bolsillo, estoy casi seguro que mi amigo también trajeaba en la misma forma, porque esa era la moda vigente  para los niños, en esa época.

En una conversación que sostuvimos recientemente entre recuerdos y recuerdos le hice relación de lo acontecido con el gato de nuestra familia que  dejaba pescados en el patio de la casa y que después de limpiarlos nos comíamos, a lo cual me dijo que ahora se daba cuenta que ese tenía que ser el gato “desgraciado“, que en su casa les robaba la comida, por lo que se demuestra que un mismo hecho puede ser una desgracia o una bendición.






1 comentario:

  1. Saludos me encantó su relato . Que nostalgia saber que esé tiempo tan maravilloso que vivímos en diferentes lugares y con un punto en común. Le contaré que llegé a su blog, buscando alguna imágen de "La Plaza los Moteros" que justamente estaba úbicada en las calles que ustede menciona. En los años 60 ya todo esós lugares que usted hace mención estaban construídos con casas sólidas. Mi abuelita vivía en la calle Borgoño 1780, justo en la esquina y desde su ventana del segundo piso cuando la visitabamos, se veía la plaza de Los Moteros. Gracias por esos lindos recuerdos.

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