ESCOLARIDAD



Cuando cursé la enseñanza “preparatoria”, equivalente a la actual  enseñanza básica, en el Liceo N° 1 Valentín Letelier, institución que dependía del Estado,  me encontré  en un ambiente escolar que se me tornó terriblemente desagradable, como en un primer momento mis padres con la esperanza de mantener su nivel de ingreso, me habían matriculado los primeros años de estadía en Santiago en la “Academia de Humanidades“, colegio de la Orden Dominicana, particular pagado, pero al tiempo después por razones económicas me trasladaron a este otro establecimiento, los alumnos me apodaban entonces, “hijo de cura” y como era sumamente tímido, fui objeto de continuos  abusos por parte de los compañeros del curso.

En los inviernos se me llenaban las manos  y dedos de sabañones y de adrede en varias  oportunidades estos muchachotes me hacían zancadillas, por lo que al caer  al suelo y golpearme las partes afectadas, estas sangraban abundantemente, lo que provocaba el regocijo del compañero agresor y de los otros, que observaban  el  accidente, desgraciadamente estas heridas después supuraban y tenía espantosos dolores, obligándome  a contener el llanto para no ser motivo de las burlas de los demás.

Esa “infancia terrible” se ensañó con mi raquítico cuerpo, para abundar, el profesor del curso solía preguntarme sobre mi familia,  me decía que yo, estaba mintiendo, que no creía que como yo afirmaba, mi padre fuera Ingeniero, mi hermano dentista y mi hermana, médico e ironizaba al respecto ¿y tú vas a ser chofer  de tu hermana?

Ahora pienso que este “maestro”, no tenía real vocación de esa profesión que escogió, además he llegado a la conclusión que  era “patriotero” porque llevaba al curso a  un recinto que el Regimiento Buin tenía en esa época en avenida Recoleta de Santiago de Chile, como este lugar se encontraba muy  cercano  al anexo Valentín Letelier, nos formaban en forma marcial para dirigirnos a este lugar y presenciar “la Jura de la bandera” en donde los nuevos reclutas en forma  pública realizaban este acto, este profesor hacía  mucha ostentación de tener fervor patriótico, luciéndose con nosotros posiblemente para satisfacer algún complejo o una fantasía insatisfecha.

Durante su ausencia del aula, sus alumnos más privilegiados y regalones aprovechaban de pelotear su sombrero llenándolo de tiza y basureando el suelo con él, cuando se aproximaba este profesor, rápidamente sacudían el sombrero,  lo conformaban colocándolo en la percha donde estaba, en algunas ocasiones en consideración a que carecía casi totalmente de pelo, con disimulo le arrojaban una “chinche” y los niños disfrutaban como ese parásito se resbalaba  en su calva,  como el profesor, “como que no quería la cosa”, con disimulo,  con  la punta del lápiz  se rascaba esa región.

Otras veces los compañeros se comedían,  pañuelo limpiecito en mano, pero previamente lleno de tiza molida, para hacer como que le estaban sacudiendo la ropa, llenando el ambiente del polvo de tiza, lo que le provocaba continuos estornudos, esto hacía escuchar un coro de “angelitos que gritaban: ¡salud, señor! ¡salud, señor!. 

Otro día en que el maestro faltó a clases porque se enfermó, y sin nada mejor que hacer, estos querubines se dedicaron a molestarme, llegando uno de ellos a agredirme, ante esta situación, yo le pedí al Froid, el alumno más alto que oficiaba de jefe del curso, si me daba permiso para responderle en la misma forma, a lo que accedió creando un desorden caballuno en el entorno en que todos gritaban ¡pelea pelea¡.   Acto seguido, nos trenzamos  en un pugilato, en que todos azuzaba a uno y al otro, el contrincante que me toco enfrentar esa vez, era una verdadera masa humana, alto y gordinflón, le llamaban “calmatol”, porque hablaba pausadamente y por existir un medicamento que aliviaba la tos y tenía esa denominación,  que se encontraba en  boga  en ese tiempo.

La verdad que fue una pelea muy desigual, porque yo, al contrario de mi adversario era extremadamente flaco, para que decir, se formó un ruedo de muchachos, que nos empujaban uno contra otro, cuando estábamos en lo mejor del boxeo  y me encontraba  con el codo en alto, en posición de lucha fui empujado hacia atrás, por lo que mi codo raudamente penetró en una ventana de la sala de clases, quebrándose estrepitosamente el vidrio.

La pelea se detuvo en ese instante,  ante la preocupación de todos “el Froid” se puso de acuerdo con el resto de  los compañeros, para que a la llegada del Inspector General se dijera, que la quebrazón del vidrio había sido un accidente, no obstante este convenio, cuando el inspector llegó, alarmado por el estruendo, preguntó ¿quien quebró el vidrio?, y sin que nadie le apretara el cogote el “calmatol” me señaló a mí, provocando la molestia del resto de los compañeros,  por lo que ellos dijeron, que por último los culpables éramos los dos,  los que habíamos boxeado y que de ese modo el vidrio se había roto, ese día portando “parte“ a los apoderados fuimos suspendidos de clases y castigados además con tener que pagar la reposición del vidrio.

Mi padre me apoyó, y tuvo que enfrentarse al profesor, explicando que si su hijo era abusado, el mismo me había autorizado a defenderme,  después de ese careo en que se enfrentó sin llegar a acuerdos, resolvió renunciar a ser mi apoderado, dejando a mi hermana mayor como su reemplazante, evitando tener que ver con este eminente “pedagogo”, el comentario que posteriormente hizo públicamente el profesor, fue decir: ¡qué se puede esperar de estos padres que facultan a sus hijos  a ser conflictivos¡.

El azar de mi vida hizo posible que siendo cajero de una recaudadora de dividendos de  CORVI, vino un día a pagar su casa el mismísimo “calmatol” después de treinta  años pasados, seguía enorme y gordo, con su parloteo igualmente pausado, me contó  que era dueño de un camión, que estaba en  conflicto con su vecindario, por culpa de unos muchachos, que se tiraban de guata  debajo de su vehículo, porque les decía que salieran  de él por que iba a iniciar la marcha, los padres de estos mocosos lo subían y bajaban  a garabatos. 

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