SOBREVIVIENTE

Al parecer el hecho de ser el último de los hijos de casi diez hermanos , el “conchito” significo que tuve una constitución débil y enfermiza y , no obstante los recuerdos que tengo hasta los nueve años son buenos, hasta que me vi repentinamente atacado por una violenta Bronconeumonía en el año 1.931, en la época en que sufrí de esta enfermedad mi hermana María que estudiaba medicina se transformó en la enfermera de cabecera orientada por el Doctor Andrade lograron que me pudiera mejorar.


Recuerdo que fueron nueve horrorosos meses en cama, de estar saturado de medicamentos e inyecciones y de ser alimentado con una gran cantidad de suero que introducían con una enorme aguja, actualmente no podría determinar cuantos litros debí soportar para ser alimentado en estas condiciones, ya que mi estómago no resistía la comida corriente, lo único que recuerdo es que pasé a ser “un conejillo de indias”.

En la convalecencia quedé en los huesos y con una atrofia muscular severa que me impedía sostenerme, debiendo mi madre suspenderme en los brazos y bailar conmigo, lo que no era muy difícil por el escasísimo peso que tenía, era un flaco muñeco de trapo y mis piernas colgaban sin poderse asirse al suelo, pero este ejercicio diario permitió que fuera de a poco adquiriendo fuerzas para sostenerme y nuevamente aprender a andar a los nueve años que tenía .

Uno de los aspectos que recuerdo con cariño es que fui constantemente visitado por compañeras de mi hermana y familiares que portaban golosinas los que desgraciadamente no podía consumir por la fiebre y la inapetencia que solía tener. Cuando se produjo la “crisis” de esa enfermedad, recuerdo que mi padre “trillaba” el aposento dando vueltas y vueltas, nervioso, andaba y desandaba por la habitación, desesperado, masticando murmullos de impotencia, hasta que se superó el cuadro de esa Bronconeumónia.

Durante esta enfermedad, hay momentos gratos que me los proporcionaba el entorno, especialmente el organillero que haciendo escuchar los acordes de: “Japonesita “,”La chica del 17 “ y otras más, esas musiquitas populares y de moda en aquella época en mi alma infantil, un feliz remanso y terapia musical.

Hay que agradecerles a los loritos que sacaban la suerte y a la generosidad con que aportaban los vecinos, para que estas melodías tan pegajosas que se podían tararear. Ya mejorado de esa enfermedad comencé a incorporarme a las actividades diarias como las siguientes entretenciones campeonatos de ping-pong , de emboque, los tres hoyitos, las comisiones de bolantines, carreras y hasta boxeo, de éstas recuerdo cuando tuve que enfrentar al “cuchara” a quien lo tenía liquidado, pero en un alto que hicieron gracias al “sapo”; que era su hermano y sabía de box hicieron cambiar totalmente el curso de este enfrentamiento, creo que hidalgamente perdí, no ocurrió lo mismo cuando en un campeonato de ping pong una jugada mía determinó el triunfo de mi equipo.

También se realizaron algunas caminatas quizá la más cansadoras fue: la ascensión del cerro San Cristóbal y la visita al Zoológico como la ida a la Quinta normal , y recuerdo que mi hermana María me sacaba a la Plaza Nuñoa lugar en que se dedicaba a estudiar mientras yo jugaba en los alrededores, todo esto ayudó a la recuperación de mi salud que para los tiempos que corrían normalmente era una enfermedad mortal.

Actualmente con los avances de la ciencia; los antibióticos, cumplen la labor de acortar el tratamiento de muchas enfermedades, como la aludida, habrá de rendir homenaje al bacteriólogo inglés que en 1.928 que al poder pasar varios años después al campo de la aplicación práctica redundó en grandes beneficios para la humanidad, descubrimientos como éste, hicieron posible la casi absoluta desaparición de la Tisis y de la eliminación de los hospitales de la especialidad.


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