SANTA ROSA DE PELEQUEN

Cualquier cosa que lleven a la procesión de Santa Rosa de Pelequén se vende como pan caliente, es lo que opinaban todas las personas cuando con mi primo Roberto nos entusiasmamos en probar suerte con el comercio de figuras religiosas para lo cual nos contactamos con Don Sandalio Vidal el que había entregado una gran cantidad de litografías en la que aparecía de cuerpo entero luciendo su vestimenta oficial el Cardenal Caro, el que recientemente había sido investido con esa Orden en Chile pasando a ser el primer Chileno que alcanzaba este alto cargo.


Nos encontrábamos  en pleno período  del gobierno  del “Frente Popular” que presidía Don Pedro Aguirre Cerda, del partido Radical de Chile, que junto a los partidos: Comunista, Socialista y el reciente “Nacional Socialista” (Nacista) obtuvo la mayoría en la elección presidencial de Chile. Quiero destacar el extraño caso de un saludo con el puño en alto (Comunistas) y el brazo extendido a lo alto ( Nacistas) .

Fue como el anticipo a la alianza de Berlín y Moscú o Hitler y Stalin y ocurrió el año 1.938 y la ascensión al poder de Don Pedro Aguirre Cerda hizo posible que quedara en libertad el General Don Carlos Ibáñez Del Campo y se regularizara la vida cotidiana, con buena relación entre sectores políticos tan disímiles y antagónicos y que sería de muy corta duración por el fallecimiento intempestivo del Mandatario.

La transacción de los varios miles de afiches con los que pensábamos “hacernos el pino” se realizó en el  “Restaurante Popular” de la calle Merced cercano al Santa Lucia, lugar en donde se comía muy barato predilecto de Don Sandalio, este nos entregó varios paquetes a concesión con los que se suponía obtendríamos un seguro éxito comercial.

Ya en nuestra casa, mi primo Roberto se dio el enorme trabajo de colorear el hábito en un tono púrpura para destacar la capa de armiño del resto de la litografía que estaba en blanco y negro y nos preparamos para enfrentar el viaje.

La primera dificultad la dio el clima ya que ese día amaneció lluvioso por lo que  tuve que ataviarme con ropa especial para ese clima inhóspito que nos auguraba, mi hermano Raúl me prestó un pantalón de montar, Botas altas y gruesas, chaleco de lana y bufanda y un bonito y original sombrero alón pinta con la que esperaba impresionar a mi futura clientela.

Poco duró la pinta ya que el sombrero se me quedó colgado en una percha del restaurante “Las cachás grandes” donde la especialidad eran las sopaipillas y los tazones de café por lo que se denominaban así y que fue al lugar en donde fuimos a desayunar antes de ir a la estación del tren, tan poco acostumbrado estaba a usar este adminículo que solo en el transcurso del viaje me percaté de esta perdida.

Después de recorrer varias estaciones llegamos por fin a Pelequén, pueblo de barro y lluvia por la temporada invernal en que  estábamos, en el camino a la parroquia católica nos tocó presenciar como devotos de esa virgen andaban lacerados por el contacto del suelo al caminar de rodillas apresuradamente. Los comerciantes se hacían “la América” ,vendiendo vino o chicha, los charlatanes estaban a la orden del día con lechuzas, iguanas y serpientes y los organilleros con sus tamboriles y espuelas, huasos con sus vestimentas folklóricas, pobladores y variadas gentes, muchos borrachos con anticipación comiendo y bebiendo vino  “como si se fuese a acabar el mundo”.

Y por supuesto el gran saco donde arrojaban grandes cantidades de billetes y de dinero metálico para el cura, cerca de este lugar nos instalamos colocando las litografías en el suelo voceando a voz en cuello “el primer cardenal Chileno, "el Cardenal Caro”,  en el proceso de venta de esa litografíalas personas que se detenían a verlas creían que se trataba de una señora lo que nos obligaba a explicar que era nada menos que la primera autoridad religiosa del país, el hecho es todos los vendedores de alrededor tenían éxito pero nosotros veíamos como pasaba el tiempo y no pasaba nada.

Para más remate empezábamos a tener hambre, cansancio y el temor de no poder volver ya que  como ingenuamente creíamos que en la venta de ese artículo nos iría muy bien  y tendríamos en abundancia dinero, viajamos sin ningún dinero para alimentarnos y pagar nuestros pasajes de regreso.

Cuando creíamos que nuestra suerte empezaba a cambiar porque  un numeroso grupo de gente que reconoció a monseñor Caro empezó a rodear el lugar en donde ofrecíamos nuestro producto, grande fue nuestra frustración cuando dichosos les preguntábamos si nos iban a comprar, resultó que eran familiares de ese sacerdote y tenían cantidades de fotos de él.

Curiosamente un charlatán amigo consiguió con su práctica berborréica se vendiera un marco de plata quitándole a esa supuesta señora, porque no la querían para nada.

Cuando resolvimos volvernos  a Santiago, había una “cola” para ascender al vagón del tren, habían tipos borrachos que se tiraban los sacos llenos de botellas vineras y por darle el paso a un ciego que iba detrás de mí recibí un golpe en la frente que me  arrojó debajo del vagón del tren entre rieles y maquinaria no podía salir y si no fuera por mis gritos mi primo Roberto no se habría percatado de lo que me estaba sucediendo ya que entre la muchedumbre me perdió intempestivamente de vista, finalmente me auxilió cuando ya estaba por partir el tren.

A las finales retornamos a Santiago totalmente derrotados y comprendiendo que para comerciantes no servíamos pese a todos los esfuerzos que desplegamos y que por lo menos debíamos ubicar nuestras inquietudes en otros rubros donde seguramente seríamos mejores.

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